sábado, 30 de mayo de 2009

Días 6 al 8. Sorprendidos con Sucre!! (la nueva vida, post sorochipíl)



Gracias señora del hotel F*** por recomendarnos las pastillas! Ya estamos mejor, comiendo con ganas y sin náuseas (Nati en realidad, saben que Rulo come y traga y opama la problema...) y a punto de tomar el bus para viajar cuatro horas a la capital de Bolivia. Gracias a esta tableta vamos a pasarla MUY bien en Sucre. A ver...


Como no hicimos el tour a las minas de Potosí, pudimos llegar antes de lo previsto a Sucre. Buenísimo, porque pudimos ver al sol a esa hermosa ciudad. Para hacer tiempo hasta el momento en que habíamos previsto el encuentro con nuestros host (amigos de Couch Surfing que nos alojarían) nos quedamos en una pequeña placita céntrica. Estaba poblada por varios artesanos, a los que escuchábamos de lejos deduciendo sus procedencias: Francia, Argentina, Bolivia y España. Nos acercamos un momento a preguntar algunas pavadas para hacernos amigos; no funcionó muy bien, quizás porque ya casi estaban yéndose, quizás porque nuestra situación higiénica les repeliera un poco (sí, a los hippies).

Sentaditos en nuestro rincón marcado por las mochilas, simplemente esperamos y observamos entretenidos. Hasta que el destino, como siempre tan buena onda con nosotros este amigo, nos acerca a un amiguito bien entretenido.

- Hola... ¿mepsentar aquí?
- Sí, claro
- ¿Deonde son ustedes?
- De Argentina... ¿vos?
- Io ‘ e C-lombia...

El borrachín de menos de 25 años y gestos faciales algo anárquicos se balanceaba pa´quí y pa´llá, casi tanto sentado como parado. Y empezó el cuestionario, claro...

- ¿Y kiasen po acá?
- Nos estamos yendo de viaje hacia México
- ¿Y pqué se'an a Méhico?
- Y porque queremos trabajar allá y queremos vivir ahí...
- ¿Y bqué no se quean en Ajjentina?
- Y porque allá está difícila para trabajar, y queremos conocer otros lugares...
- ¿Y oqué se an io de Ajjentina...?

Bueno, así marcha atrás y adelante con el amigo preguntón, que intercalaba preguntas con una carga de tarjeta en el celular, mensajitos y una llamada a algún amigo. En un momento de nuestra charla adoctrinante (porque claro, con sus 23 o 24 años él nos explicaba como era la vida); en una de esas, digo, recibe una llamada.

- ¿Oa, coesás?
- ...
- Bien aquí soy en Sugre... –NO! nostoy borasho! Que no estoy borasho, sostuve bebiendo
-...
- Bero que de digo que no esoy boraaaashoo!

Clak!, o sea tecla END. Era el hermano que vivía en Bélgica o por ahí y que le mandaba plata mensualmente, con la que el borrachín bss... saes cómo vivo io aquí con ese dinero pues...

Bueh, después nos contó e hizo algunas cagadas más, y entre otras cosas respondió a nuestra pregunta sobre “algún lugar de información turística” diciendo que EL era la información turística!! Grosso el man...

Un rato después fuimos a la casa de Gaelle Coquempot, que sería nuestro verdadero sweet home por esa noche y los dos siguientes días. Nos recibió Miguel, o Mika, y la primer sensación fue algo como “mmm... qué cortado este man...”. Dos días después nos despedíamos de él y los demás a los abrazos, realmente con una excelente impresión acerca de ellos y muy agradecidos de su excelentísima onda.

Mika es el novio de Gaelle, nuestra amiga Parisina de Couch Surfing. Ella estaba en la cocina haciendo “pipocas” y se acercó a saludarnos en el patio interno de la casa, donde luego cenamos y almorzamos también el último mediodía. Desde que llegamos nos ofrecieron comodidades, comida (riquísima Gaelle, oh le cuisine francoise!) y todo lo que nos hiciera falta.
Fuimos a comprar unas cervezas con Olga, una chica española que comparte la casa con Gaelle, Mika y Lucas, un chico argentino que trabaja de payaso. A Olga le gusta mucho hablar y nos ha divertido con sus historias y comentarios, a veces bien ácidos, ja! Gaelle a esa altura hablaba poquito y se reía siempre, muy suavemente. Mika preguntaba por nuestro viaje y comentaba cosas de México y otros lugares por los que había viajado.

Esa noche comimos una sopa de vegetales y unos fideos con una salsa increíble! Pensábamos ir a un bar que nos habían recomendado, pero nos ganó el cansancio. Así que en un rato estábamos inflando los colcohnes y acomodándonos en la habitación que los chicos nos habían armado con un telón negro (“para que tengan su privacidad...”).
Dormimos felices y al otro día arrancamos temprano. Visitmos el mercado central y el museo etnográfico en el centro, todo alrededor de la plaza principal, 25 de Mayo. Desayunando en la plaza, sopas y pan, escuchamos que se acercaban unas bandas. Al ratito se armó un concierto con dos bandas sinfónicas universitarias, una tenía un estilo medio militar en su formación, vestimenta y estilo de toque (ya van a ver las fotos).
Después de escuchar unos discursos oficiales medio rancios (apuesto a que el benemérito, dignísimo y aburridísimo estilo se repite en todo el continente), tocó la primera banda y la escuchamos un rato. Sonaba realmente bien, excepto en los tonos muy altos en los que los vientos se iban un poco al caralho. Hablando de los instrumentos, eran una bocha. Por lo menos 12 vientos, un bombo central (era realmente el corazón de la banda, puesto en el centro y golpeando al caño), dos especies de timbales de tres cuerpos, dos redoblantes, dos platilleros, dos xilofones y había más...

Salimos de la plaza y fuimos al Musef, museo etnográfico y folklórico de Sucre. Increíble. Hay una exposición permanente de máscaras de rituales y festividades indígenas de varios pueblos. Guau, excelentes. Algunas muy fiesteras y “venecianas”, otras medio diabólicas, otras con expresiones medio sádicas... Hechas algunas en madera tallada, otras en papel pintado, tela, chapas metálicas, incrustaciones de plástico y plumas; estaban todas suspendidas en el aire e iluminadas con spots focales en un par de cuartos completamente a oscuras.

Saliendo de ahí, cerca del mediodía, tomamos un bus para acercarnos a la Recoleta, una zona de relevancia histórica, con construcciones coloniales y un mirador excelente desde donde se ven la plaza central, iglesias, edificios públicos, cerros, valles, cielos que los tocan... ao fim...

Después de descansar un poco y charlar con un loco artesano, peruano de viaje por Latinoamérica con muy muy buena energía y paz profundamente contagiosa, abrió el Museo de la Recoleta. Se trata de un antiguo convento del siglo XVIII –que tiene en un jardín trasero un cedro de 1500 años. ¿¡VIVO!? Sí Susanos, vivo-, convento en el que asesinaron a un presidente Boliviano en alguna revuelta. La verdad es que el guía tenía poquísima onda, nos hizo recorrer muy rápido el museo que era bastante amplio y no esperó a todo el grupo para empezar los parlamentos en que describía cada espacio y las obras que allí habían. Malo, caca nene.

De ahí volvimos al centro para comer en el mercado, yeah! Eran casi las cuatro de la tarde, así que no quedaba mucho para elegir. Por doce bolivianos cada uno (un poquito mas de un dólar cincuenta) comimos una milanesa con ensalada (Nati) y un mondongo con mote (Rulo, con mongo por mote). El mondongo no es como el de Arg y Py, sino que se trata de una carne tierna guisada en una salsa bastante picante; el mote es un maíz con granos bien grandes y blancos. Después, casi por pura curiosidad, me reventé con un chorizo que llevaría no menos de cinco horas en una sartén cocinándose. Fatality...

Un rato mas tarde, para completar el recorrido céntrico obligatorio, pasamos por La Casa de la Libertad, donde había un concurso de pintura que tenía como protagonista de las obras a Juana Azurduy de Padilla y dio un primer puesto realmente hermoso.

Volvimos a casa y estuvimos charlando y compartiendo un poco de música con Mika. Más tarde salimos a comer con nuestros hommates y unas chicas francesas que trabajan en voluntariado. Y después conocimos el Shisha bar. Muy interesante lugar, creo que un indispensable de Sucre. Si llegan hasta su puerta y ven una enorme faja de CLAUSURADO atravesándola, sólo tienen que golpear fuerte y los dejarán pasar. Shhhhh... así se entra, ñembotavy nomás.

Al otro día, miércoles, nos levantamos algo tarde por el cansancio del día anterior. Dejamos listo nuestro hogar-alacena-vestidor-equipaje para el siguiente tramo del viaje y fuimos a hacer algunas compras. Más tarde volvimos, almorzamos con los chicos y un rato después nos despedimos. Hubo un pequeño ratito donde nos tocaron algunas canciones con un piano flexible de goma (Gaelle) y un charango (Mika). Entre medio de esto, conocimos el mercado central de Sucre (algo como el Mercado 4 pero más chico, con menos descontrol y menos onda) y también el parque Bolívar. Varios parques de Bolivia, también en La Paz, tienen arreglos con flores buenísimos, formando figuras y textos. Todos estos lugares están bien limpios y bastante llenos de gente.

Un poco después de las siete de la tarde, tomábamos el bus a Cochabamba. Hacía bastante frío en la terminal, habíamos llegado antes de las siete de la mañana después de un viaje con poco descanso para el cuerpo.
Rulo venía con las tripas medio apuradas así que tuvo el honor de conocer el baño de la terminal. Otra que las orquestas de Sucre!! Aunque se escuchaban sonidos no muy afinados y casi en nada acompasados, los casi veinte músicos orteriles no dejaron de emitir sus pffff, rack, flor y prrrr durante toda mi espera. Era curioso, todos los retretes estaban ocupados (harto evidencias había) y había no menos de diez personas esperando su turno para entonar. Entre ellos, yo que no tenía monedas para pagar el baño (todos los baños se pagan, un boliviano la mayoría), y por lo tanto no había recibido mi ración de papel higiénico. Bueno, no voy a alargar más este segmento, sólo agregaré que mis tripas me pusieron contra las cuerdas, toqué mi instrumento cual solista del altiplano y, sin papel y con la mochila de Nati como única fuente de recursos higiénicos... me sentí Siempre Libre.

Después de que Nati tomara su turno de alivio y aseo al abrigo de la orquesta femenina, salimos caminando para el centro, sin las mochilas (en el guardaequipajes de la termi). Recorrimos un poco, entramos a un Museo Arqueológico de Cochabamba –el más interesante e increíble que he visto hasta ahora en este viaje y en mi vida-, allí nos guió un señor mayor muy amable y muy grosso respecto al conocimiento de la historia de las cosas que allí se veían. Una de las más interesantes, era una traducción de los diez mandamientos católicos a ideogramas para el entendimiento de una de las tribus de acá, Tiawanaku o Tiwanku (no recordamos bien, pero ya corregiremos y mandaremos la foto).

Luego de estar en ese excelente lugar, fuimos a una especie de gran comedor como de mercado central, sólo que no había mercado. Ahí, cada tres metros se extendían largas mesas en paralelo, a ambos lados de un corredorcito central. Mientras lo caminás, las cocineras te van pregonando lo que tienen, invitándote enérgicamente a ocupar sus mesas.
Hay también un videito con las frases que repetían constantemente, enunciando todos sus platos; era algo como “hay sopademaní, falsoconejo, majadito, ranga, asadoenoia, riñon”.
Después de querer todo y preguntar por todo, nos decidimos por un falso conejo (milanesa) con fideos y un majadito (huevos y banana frita con arroz), y pedimos también un jugo que sabía como a durazno.

Felicísimos y tambaleantes salimos del mercadito, agradeciendo a quienes atendían el lugar. A las pocas cuadras, las tripas de Nati dijeron “ey, era muy denso eso, necesitamos sacarlo... ya”. Nuestra aliada la suerte nos ofreció la puerta de un baño público unos minutos después, en pleno centro de la city. Ahí fue pues mi cholita a encontrarse con un excusado (hoyo en el suelo con losa) que salvó el moment.
Desde el centro tomamos un bus hacia el teleférico que sube hasta el Cristo de la Concordia, donde hicimos videitos y algunas fotos tontas y turísticas. Desde ahí también nos dimos cuenta de lo grande que es Cocha, a la que creíamos chiquita y aburrida en un principio, a decir verdad.

Bajando del cerro, hablamos por teléfono con Andrea de Couch Surfing, con quien arreglamos para juntarnos a la tardecita. Fuimos a merendar y descansar al centro, donde comimos empanadas, una humita y tomamos un Mojonchinchi. Es un refresco que nos llamó la atención desde que lo vimos al llegar a Bolivia, ya que se trata de un agua oscura y translúcida con un “algo” reposando en el fondo del vaso. Continuando con el tono escatológico de este segmento, pero sin faltar en nada a la verdad ni forzar ni un poquito las imágenes, diremos que ese cosito que coloreaba el agua era: marrón, redondeadito y algo baboso y brillante. Se trataba de un trozo de durazno seco, un orejón. Rico al fin y al cabo...

Un rato después nos juntamos con Andrea y otros chicos del Couch, uno peruano, uno boliviano y uno argentino. Necesitamos decirlo: este argentino, como muchos otros, era moooooooooy argentíiiiino ¿viste? Si te lo digo sho es así porque sho te lo digo, ¿vistes?
En realidad era correntino y no hablaba sheshé, sino con lleísmo. Pero su actitud era cincuentamil veces esa argentinisima, criticando la vida y los modos de los bolivianos, cosas del bar al que fuimos, etc. La verdad es que, de una extraña forma, se siente lindo parecerse más a los bolivianos que habitaban la mesa que a nuestro compatriota. Muchas veces hemos sentido lo mismo estando en Paraguay...

Igualmente compartimos con todos una divertida y animada charla, nos contaron sobre algunas festividades populares bolivianas -algunas organizadas por las cholas-, viajes y lugares interesantes por conocer, el trabajo en Bolivia y otras historias.
Pasamos algo más de una hora en el Co-café Cultural (pequeño y muy cool, lleno de nohablaepaniol people), comimos una microminipicada y probamos dos cervezas bolivianas. La Huari es algo fuerte, se parece a la Pilsen de Paraguay; la Taquiña es más onda brasilera, aguadita y suave.

Desde el Co-café acompañamos a los chicos a otro lugar donde iban a cenar, enseguida nos despedimos de ellos, nos desearon suerte y nos fuimos a la termi (apenas 17 horas después de haber llegado a Cochabamba!). Conseguimos unos pasajes baratos en un muy buen bus (el primero con baño desde que viajamos por Bolivia) y 7, horas después, llegamos a La Paz.

Después les contamos el resto. Mañana a la tarde nos vamos de La Paz hacia Copacabana, la ultima ciudad boliviana de nuestro trip. Pasando el lago Titicaca estaremos en Puno, Peru.


Informaron, entretuvieron, seguramente divirtieron y también asquearon desde La Paz, Nati y Rulo para locaeialocoio, nuestro puntito de encuentro en el dial de tu PC. Shi, claro que shi…


martes, 26 de mayo de 2009

Días 1 al 5. Adaptándonos a la altura en Potosí.


Hola a todos! Escribimos por primera vez en viaje desde el hostal F** de Potosí.


De atrás pa´lante, salimos desde Formosa el jueves 21 en un Flecha Bus hacia San Pedro de Jujuy. Empezamos bien, ligando cuatro alfajores gratis (todo es economía en el viaje!) y después viajando cómodos y durmiendo bien. En el interior de Formosa habían cortes de ruta, pero sólo paramos unos 40 minutos en Fontana.

El bus hizo muchas paradas, entre sueños escuchamos que habíamos cruzado a Salta. Cerca de las 6 ya veíamos el paisaje de Jujuy y una hora más tarde bajamos en la terminal de San Pedro. Un ratito después subimos a otro bus hacia San Salvador (los sanpedrinos dirían hacia Jujuy) y un ratito después un interurbano que nos dejó en la ruta 9, camino a La Quiaca.



Empezamos a dedo.


En Yala, a 25 kilómetros de San Salvador, paramos antes de una bifurcación en la ruta, nos acomodamos las ropas, nos peinamos un poquito y sonreíamos a cada vehículo que veíamos, con los pulgares al viento.

Nos sorprendió que no pasaran muchos camiones. Autos familiares, remises y combis con pinta de estar trabajando pasaban delante nuestro casi todo el tiempo. Después de casi una hora, nos levantó un señor de La Pampa, que vive en Jujuy e iba hasta Tilcara. Muy buena onda el tipo, viajero también. Es médico y se mudó al norte hace casi 30 años, en los que hizo, por ejemplo, 800 kilómetros en bici hasta el paso de Jama, en la frontera con Chile.

Nos dio algunos consejos acerca de las rutas y los cuidados en el viaje, y además nos hizo una especie de tour guiado contándonos acerca de la Quebrada de Humahuaca, la historia, las guerras, la gente del lugar y otras historias. Ah, y otra cosa que nos cayó muy simpática es que nos preguntara si éramos “artesanos”... eeeh, ¿so jípi vo?


Nos despedimos del señor, sin saber su nombre, pero con una sensación muy linda y positiva. Paramos en una estación de servicio a hacer dedo de nuevo, para esto era casi el mediodía ya. Estuvimos quizás casi dos horas ahí sin mucha suerte: la mayor parte de los vehículos que andaban por ahí circulaban dentro del pueblo. Algunos llevaban gente a una escuela, frente a nuestro cartel rutero-sombrilla. Comimos algo de las mochilas y seguimos esperando. En un momento una chica con mochila se paró a hacer dedo unos 100 metros antes que nosotros. Sin saber si “incumplía” alguna especie de código, no nos pareció bien que se pusiera delante nuestro, según el sentido de la ruta. Le hicimos señas pero ni bola.

Igual tuvimos suerte y al ratito nos levantó una pareja de viajeros franceses. Ahí nos dimos cuenta de lo grandes que son nuestros equipajes: dos mochilas grandes cargadas al caño, con cuatro bultos adosados (carpa, colchón, frazada y termo), más una mochila de mano con cosas tan diversas como cámaras, comida, sogas, teléfonos y un peine.


Viajamos con los chicos hasta Humahuaca, unos 50 kilómetros hacia el norte. Charlamos un poquito y cabeceamos bastante; Nati hasta se durmió un rato.

Vuelta a la ruta; nos acercamos a un puesto de gendarmería, a unos 300 metros de donde nos bajaron los franceses. Sentimos mucho cansancio caminando ese trayecto, así que decidimos recurrir a la coca. Buscamos hojas para mascar en algunos almacenes y no conseguimos, pero un rato después nos repusimos y continuamos agitando los dedos al lado de la ruta.

En esta oportunidad como en las anteriores, vimos un gesto que nos llamó la atención y aun no sabemos bien qué significa. Para responder al dederil gesto nuestro de “¿nos llevás?”, los conductores levantaban una mano y la giraban de un lado a otro, mostrado alternativamente la palma y el dorso (más fácil, como el gesto cuartetero de la Mona Giménez, pero para arriba). En fin, no sabemos qué significa pero a nosotros también nos gusta el cuarteto, así que buena onda.



Una noche en Humahuaca, un ratito en La Quiaca y otro rato en Villazón.


Veíamos que entraban a Humahuaca muchos buses interurbanos, que seguían hacia el norte. No los veíamos salir, así que la salida debía estar lejos, a un par de kilómetros. Le preguntamos a un chico que pasaba dónde podríamos tomar uno. Nos recomendó ir a la terminal, hacia el centro del pueblo. Esta caminata, que no fue más que de 800 metros, fue una de las más cansadoras, con escaleras y subidas. De camino, conseguimos un paquetito de hojas de coca por dos pesos y empezamos a mascar. Creo que nos ayudó bastante, o al menos creímos eso.


Llegamos a la terminal, descansamos, descansamos, descansamos, averiguamos los horarios de los micros a La Quiaca y, después de comernos un bello mila bien condimentado, decidimos que era mejor pasar la noche ahí y salir a la mañana siguiente. Al rato conseguimos un hostel chiquito, cómodo y bien calefaccionado cerca de la terminal. Nos dimos una buena ducha caliente, tomamos unas sopas y dor-mi-mos...

Al otro día, sábado 23, nos levantamos temprano, recorrimos un poquito el pueblo (¡qué lindo es andar sin mochilas!), sacamos algunas fotos y fuimos a la terminal. Cerca del mediodía llegamos a La Quiaca, en un bus poblado a medias por gente del lugar y por viajeros que io-habla-espaniol-solo-poquitiou...

Compramos pan, queso y frutas en un mercado de la ciudad y caminamos hacia el cruce a Villazón, Bolivia. Hicimos el trámite de migraciones sin problemas, cambiamos plata y nos conectamos a internet para ver si alguien nos esperaba en Potosí al día siguiente.


Sin novedades por ese lado, volvimos a caminar despacito (no hay otra forma, je) hacia la terminal de ómnibus de Villazón. Conseguimos los boletos para las 7 de la tarde, con lo que nos quedarían cinco horas de espera hasta la salida del bus.

Nos acomodamos en una placita en refacción, compramos una especie de milanesa bien condimentada y bastante aceitosa, que venía con papas, tomates y arroz. Comimos y nos pusimos a coser las mochilas que venían medio jugadas ya (y eso que no habremos caminado ni dos kilómetros en total!).

En el tiempo que nos quedó, descansamos, secamos algunas ropas y observamos a la gente un sábado a la tarde en Villazón. En cuanto a eso, creo que hay dos formas de observar a la gente diferente a uno mismo: desde las diferencias o desde lo que tenemos en común. Porque, si bien hablamos diferente, nos vemos diferente, nos relacionamos de distintas maneras, aquí y allá vimos adolescentes hablando de los chicos a los que miran y de los que escapan, viejitos que se juntan a charlar bajo el sol, chicos mostrando celulares con cámara en los que suenan pop, cumbia y reggaeton... Y algo que me llamó mucho la atención: un grupo de cinco o seis chicos practicando break dance en la plaza.


Bien, pasaron algunas horas, volvimos a la terminal y nos sentamos a esperar y observar de nuevo a la gente, mientras oscurecía y empezaba a pegar el frío. Abundaban los vendedores (algunos de ellos acarreando bolsas, subiéndolas o bajándolas de combis y taxis), y niños con sus madres. Una escena novedosa de ver, fue aquella en la que las mujeres de trenzas largas y vestidas con las ropas típicas, las llamadas “cholas”, cargaban a sus niños a las espaldas, envueltos en una tela. Por lo que vimos, lo hacen con la ayuda de otra persona, primero envolviendo a los niños en la tela y luego anudándosela en el pecho.

Subimos al colectivo y tuvimos una espera algo extendida, en la que nos ofrecieron gelatina, gaseosas y bandejas con pollo y arroz, al grito de “pollos, ¿se lleva un pollo?, llévese su pollito...”



Camino a Potosí.


Salimos a la ruta en plena oscuridad, después de las 8 de la noche. Estábamos bastante cómodos, el coche estaba muy bien y los asientos eran buenos, con buena reclinación.

Para poder acomodarnos con nuestras mochilas, habíamos elegido los primeros lugares, con lo que también tendríamos la mejor vista del trayecto.

Esta vista fue para nosotros totalmente nueva, el paisaje era muy curioso y hacía que el viaje pareciera algo aventurado. Se trataba de una especie de desierto de tierra seca con un solo camino angosto de suelo apisonado. En varios lugares se veían señales de obras viales como montículos de tierra, zanjas y maquinarias. Eso hacía que el camino tuviera quiebres extraños, con bajadas a unas hondonadas irregulares y pasos más y menos estrechos.

Además vimos situaciones en las que las curvas eran tan agudas que, por las murallas de tierra que se alzaban al lado del camino, impedían la visión al otro lado del “ángulo” que el bus tenía que girar. Entonces uno de los choferes tenía que bajar, caminar hasta la esquina a doblar, ver si no venía otro vehículo del lado opuesto, y avisar al conductor que efectivamente podía doblar...


Pero lo mejor de ese viaje se dio en una de las primeras paradas, donde teníamos entendido -según nos dijo la mujer que nos vendió los pasajes- habría tiempo para cenar. No íbamos a comer, ya que yo había cenado algo de las mochilas y Nati venía medio descompuesta; pero decidimos bajar a estirarnos un poco, comprar agua e ir al baño. Yo la esperaba a Nati en la puerta del sanitario y se me ocurrió estirar el cuello para asegurarme de que el bus esté. ¿Y qué pachóoooooo? El bus se fue!! Lo vi saliendo de la terminal, corrí cuanto pude detrás del coche y tuve la GIGANTE suerte de que giraba en una rotonda volviendo hacia el lado del que yo venía corriéndolo. Le chiflé y le grité algo como “espere, faltan dos personas!”

El chofer HDRMP se iba simplemente, sin siquiera verficar que todos los pasajeros estaban en el bus...

Finalmente paró unos cien metros más adelante, la busqué a Nati y volvimos a subir. Quedó un segundo más de historia para que los choferes, sin la más mínima disculpa o gesto mediante, se rieran de mí porque me golpeé la cabeza con el marco de la puerta de la escalera...


Después, sueño, ruta y polvo hasta llegar a Potosí, doce horas después de salir.

Hacía mucho frío y nos calzamos todos los abrigos que teníamos a mano. Llegamos, cruzamos frente a la terminal para dejar los bolsos en un depósito y cargar agua caliente. Tomamos un micro urbano al centro y desayunamos en la plaza central. Ahí charlamos con un señor que nos recomendó algunos paseos mientras nos calentábamos con los primeros rayos de sol.

Paseamos un poco por el centro, casi vacío y con todo cerrado un domingo a la mañana.

Visitamos una iglesia, la casa de la moneda (a donde finalmente no entramos) y otros lugares cerrados. Después averiguamos horarios y precios de algunos tours a las minas... Ese paseo deberíamos estar haciéndolo en estas horas (lunes 25, a las 11 am), pero la altura dijo no.

Aprovechamos la tarde para ir a unas aguas termales a 25 kilómetros de Potosí, en Tarapaya. No encontramos lo que imaginamos, pero la pasamos bien, descansamos, pasamos un ratito de frío fuera del agua, almorzamos pan, queso y ensalada y nos volvimos algunas horas después.


De vuelta en Potosí, caminamos en busca de este hostal donde estamos, del que sólo habíamos anotado que era más o menos barato. ¿Nombre y dirección, para qué? Ja! Bueno... recordábamos que estaba al final de un callejón que empezaba en una feria de flores. Recordamos mal, no estaba. Paramos en una esquina para sacarnos las mochilas y tratar de orientarnos, en esa zona de calles angostas y muchas diagonales que habíamos caminado sólo una vez en la vida, deambulando y divagando. Y como siempre todo sale bien, se acerca un loco, me ofrece una tarjetita y dos botellitas de cerveza y me dice “para ustedes...”

Lo saludé y le agradecí la buena onda, él se dio vuelta y subió a su camión de reparto, frente a un almacén.

Nati se había ido a la vuelta de la esquina a tratar de encontrar el hostal, mientras yo me quedaba con las mochilas. Me acerqué entonces al camión cervecero, todavía parado, y me puse a charlar con el buen amigo de las birris. Me contó que había trabajado en Argentina y que su esposa estaba allá, también trabajando en La Salada. Al ratito, muy amablemente, me ofreció llevarnos en el camión a buscar este hostal u otro que querramos, ya que no tenía nada para hacer...

Así que hasta aquí nos trajo ayer a la tarde y acá estamos haciendo reposo para reponernos un poquito del mal de la altura. Nos recomendaron unas pastillas “sorochipil” (Sorojchi Pills) que ya tomamos para reducir el dolor de cabeza y evitar los vómitos.


Ya nos sentimos mejor y por eso nos vamos. Mmmm, en realidad tenemos que dejar la habitación, y por eso nos vamos, ja! Peros nos sentimos bien, descansamos y tenemos poco por caminar hasta llegar a la terminal y tomar un bus a Sucre, donde nos espera Gaelle de Couch Surfing.

Por primera vez vamos a vivir la experiencia de surfear un sofá!! Tenemos muchas ganas de hacerlo y esperamos ser buenos surfers... Si quieren saber más del Couch Surfing, pueden enterarse acá.


Besos y abrazos para todos, esperamos haberlos entretenido! Nos leemos en alguna parada próxima!



Informaron Nati y Rulo para locaeialocoió, desde Potosí, Bolivia.

jueves, 21 de mayo de 2009

Chau y hola de nuevo!!

Hola a todos. Y Chau a la mayoria!


¡Bienvenidos al blog del viaje! Esperamos que esté bueno, podamos actualizarlo seguido, sea de su interés y los divierta!


Es la primera entrada del blog y la última que escribamos desde Argentina. En este momento, a dos horas de empezar, no tenemos mucho por contar, ni tampoco muchas ideas. Sí algo de nervios, ansiedad y ganas de arrancar!


Así que sean simplemente bienvenidos, agradecidos por las ayudas y buena onda que nos dieron y mandan y bueno… Quizás nos veamos aquí o allá!


Nos vamos. Hay una ruta por delante y fuerza en nosotros. ¿Ustedes? Atrás, en las mochilas…