sábado, 25 de julio de 2009

Ecuador lo merece!

¡Hola de nuevo a todos! Bienvenidos a las nuevas crónicas del viaje! Estamos escribiendo nuevamente (lo de estamos es más bien un eufemismo corporativo para no poner en crisis esta empresa próxima a cumplir los siete años, ya que estoy al teclado desde que la doña me dejó para ir a ver a... Arjona, nada menos). ¡Pero Ecuador lo merece pues!

Ecuador, y nuestros panas ecuatorianos que ya son unos cuantos, nos han tratado de mil quinientas maravillas desde que pasamos la frontera sur. Antes de empezar a explayarme y que se nos enojen algunos, debo decir que no es que no la hayamos pasado genial en Perú ni mucho menos: jamás nos olvidaremos de la calidez y hospitalidad de los Montenegro Marín -Dani, Ricardo, Mamá, Papá, Abuela panadera, tíos, tías y primos de paso todo el día, y ni siquiera olvidaremos a la gran Pinchirila, la perrita que Ricardo rescató de la calle-, como tampoco olvidaremos a nuestra gran banda limeña –Roger y sus compañeros de chamba Mariana, Chema y Abbi, su amigo Arturo y el marica Cheveróscar, integrante del legendario dúo Minutos-. Aun tampoco dejaremos en el anonimato los paisajes y experiencias que tuvimos por el norte peruano. Ya vendrá el cuento de todo eso en algún tiempo.

Pero Ecuador... está siendo especialmente generosos con locaella y locoyó. Ya se darán cuenta.


Pasando la frontera.

Cruzamos la frontera después de andar unas horas en bus desde Tumbes, una pequeña y preciosa y bien cuidada ciudad al norte de Perú, desde la que habíamos viajado una media hora hasta un puerto que vía canoa local nos conectó con unos lugares bellos y sorprendentes, ubicados entre los manglares: la Isla de los Cocodrilos, la Isla de los Pájaros y la Isla del Amor. Pero volvamos al ruta hacia Ecuador.

Dije que habíamos salido desde Tumbes. Creo que habíamos viajado unas tres horas hasta cruzar la frontera, que consistía -si mal no recuerdo- en un puente sin controles ni oficina de migraciones a la vista, aunque ahí hicimos una parada para asentar nuestra salida de Perú y, en el caso de Nati, pagar por los días excedidos según los treinta estipulados por la visa.
Seguimos ruta pafrenchi en el bus, que volvió a parar en una estación donde subía gente y vendedores, y desde la que ya empezaron a llamar a nuestras miradas algunas particularidades de la cultura local, sobre todo evidentes en los carteles de algunos almacenes. En otras palabras, estábamos despiertos y con hambre, lo cual no hace a la historia no sólo porque no tiene relevancia alguna en el relato sino también porque es así como estamos casi todo el tiempo...

No encontramos un control ecuatoriano de migraciones hasta después de media hora andando en la ruta. Cuando nos tocó el turno, hicimos lo correspondiente sin problemas y luego llegamos a la ciudad de Machala. Machala comenzó, si quiere uno esforzarse por ser plagueón, con una mala noticia: no habían bancos para cambiar nuestros cheques. Así que el presupuesto estaba acotado y aun sin perspectivas de crecer ya que, según le dijeron a Nati, en todo Ecuador no podríamos usar los travel checks. Mientras ella andaba en esas, yo estaba sentado en una plaza con las mochilas, cual charque secándose al sol. Hakú la lana he´i la cholita en la playa...

Al rato volvió Nati y hacemos la posta: ella descansa y mantiene la humedad del banco de la plaza mientras yo voy a una oficina de turismo a preguntar por hoteles y ondas afines. Me atiende un man joven, serio, sin mínimos signos de tener una personalidad o algo que compartir. Prolija barbita, onda pesoca, pelo cortito... circunspecto le quedaría bien. Mi percepción del prolijo servidor público no fue negativa hasta que me dijo que en esta oficina de turismo -principal de la ciudad y dependiente del gobierno local- no daban información sobre otros hoteles que no fueran los anunciantes de dicha entidad. Bueeeena mentalidad sudamericana, ¡vamos que así estamos!
Cuestión que cada uno se limitó a lo suyo. El loco me dio la info y los papeles correspondientes, yo hice mis preguntas de siempre y traté, con mi resto de neuronas al vapor, de retener las direcciones de hoteles baratos que me pasó. Pero, fiel a mí, por suerte no las recordé y ahí comenzó el aun inacabado gran capítulo del bello y generoso Ecuador, que aun hoy disfrutamos. Y dice así:


Pilas con Fabri en Jambeli y Machala.

Caminábamos en alguna dirección incorrecta con las mochilas, atravesando unas veredas con tiendas, cuando Nati, detrás de mí, escucha algo como “no, por ahí no es!!”. Sin entender mucho, me pregunta algo y me señala al man que llamaba nuestra atención, siguiéndonos. Miro por ahí y veo al mismo man de la oficina de turismo, ya en una versión algo más fresca, tomándose la molestia de custodiar nuestro despiste y luego de llevarnos al hotel que buscábamos, al que finalmente decidimos no entrar por estar lejos de nuestro presupuesto. Y ahí comienza a tener onda este loco, el gran Fabricio, el que sería nuestro hermanito mayor en la ciudad de Machala y luego en su cantón de El Guabo. El que nos dio la bienvenida a este hermoso Ecuador; el que nos cargó las pilas, nos contagió buena energía, nos abrió su casa y su corazón, y nos contó un chiste sobre argentinos... ¡malísimo Fabri! Jajaaaa!

Una vez que declinamos la opción del hotel -que nos asustó en parte porque fue el primer precio que nos ofrecieron en moneda yanki, en el dolarizado Ecuador- Fabri comenzó a hacer gala de sus virtudes como guía turístico. No sólo nos recomendó pasar la noche en la isla Jambelí, sino que nos acompañó por una media hora en el viaje hasta el puerto, nos tiró buena info para los días siguientes, nos dejó su número de teléfono, y nos dijo que podría ponernos en contacto con un amigo suyo que es miembro de CouchSurfing. Tomamos nota del teléfono, a esa altura con una idea tipo “bueno, si necesitamos algo a la vuelta lo llamamos”. De hecho, aun con una buena impresión de la actitud del man, nos quedó la idea de que nos acompañó por ganarse unas monedas (cosa que al final no le dimos, y eso que el man tiró un centro, eh... Mal por nosotros!).

Tranquilos por la buena resolución de la cosa, tomamos la lancha que salía a Jambelí. Viajaban con nosotros unas familias y un par de parejas adolescentes, escuchando música latina y rock en inglés desde los celulares, lo suficientemente alto como pa´ joderle las huevas hasta a los pajaritos. Llegamos al puerto por un canal entre los manglares, bajamos, caminamos unos doscientos metros y ya habíamos llegado hasta la playa al otro lado del estrecho pueblo.
Las casas y comercios se veían bien: mucha madera, decoración de bajo presupuesto y ese estilo que mezcla lo humilde y coqueto en algunos pequeños pueblos turísticos. Eran como las dos de la tarde o tres, y decidimos caminar un poco con las mochilas buscando opciones para hospedarnos y/o comer. Optamos por lo segundo primero, entramos a un comedor amplio y desierto y nos servimos un par de truchas por unos cinco dólares. Saliendo del lugar, nos salió al cruce un señor de unos cincuenta años, que atendía un comedor y tienda frente al mar. Copadísimo el tipo, muy simpático y con muchas ganas de charlar. A mí me hizo acordar en algo al papá de Cirilo, de Carrusel de Niños, ja. Un negro alto, alegre, sonriente y servicial que nos ofreció su porción de playa para acampar y usar sus baños. Aunque el espacio entre las mesas y esteras no nos permitía tender ahí la carpa, nos quedamos más de una hora charlando con el tipo. Tenía una calidez y una visión de las cosas tan simple y relajada, y una virtud de seguir dispuesto al crecimiento y el aprendizaje que me cautivó. Lo escuchaba mientras compartía sus reflexiones simples sobre la vida y las cosas, y a veces me corría un pirí por la espalda, tan agradable como el aire fresco del mar.
Entre él y otro loquito que se acercó nos contaros sobre un par de opciones para hacer noche, y decidimos pagar dos dólares para quedarnos en la casa de la Holandesa. Es una francesa (sí, la Holandesa), del tipo de europeos ceroestrés que huyen de aquel entorno y estilo de vida para hacerse la América para el corazón, o algo así. Y para hacerlo, se armó una casita de acogida, donde tiene unas cabañitas, hamacas, una cocina que comparte con los visitantes, y su propia casa, una verdadera belleza de cañas de distinto grosor, adornada con caracoles, conchas y otras cositas del lugar.

Llegamos, nos recibió y armamos nuestra carpa junto a unas mesitas con techo, en el frente de la casa y a menos de ciento cincuenta metros del mar. Al rato, fuimos a probar qué tal el agua y paseamos por la playa hasta donde el alumbrado nos acompañó. Por allí nos detuvimos a observar las diferentes mugres que arrastraba el mar hasta ciertas zonas de la costa, algunos animalitos y más construcciones de caña. Volvimos, comimos algo y dormimos. Al otro día volvimos al mar, juntamos pedacitos de conchas, nácar, piedras otras huevadas al mejor estilo naif, mechando el rosa con el blanco y el morado del agua fría.

Cumplida la misión de pasar una noche de bajo costo (ven aquí como unas cosas ordinarias se transforman en otras inolvidables, ganando muchíiiiiisima onda), volvimos a la ciudad de Machala porque la señorita sí-o-sí tenía que chatear con la familia ese día y no otro... Ah, cuando escribo esto recuerdo que en semejante place, la Isla de Jambelí, lugar en el que se jactan de su relativo aislamiento, donde hay una especie de espíritu colectivo originario, donde la mayor parte de la basura que cae al suelo llega de mano de visitantes extranjeros... tuve la osadía de preguntar si había internet! Y también televisión por cable!!! Soy un huevón internacional al cuadrado...
Vuelta obligada a Machala entonces, donde los Mariño se conectaban para charlar y yo buscaba a Fabricio para ver si, a través de él, conseguíamos couch en la casa de su amigo. “Iámame en una hora y te confirmo...” En un poco más de una hora no sólo estuvo junto a nosotros en la plaza y nos recibió con un abrazo, sino que ¡nos invitó a ir directamente a su casa! Y ahí empezaron nuestros días con Fabrí, a quien intentamos agradecer su hospitalidad desde estas líneas viajeras.
Aun con la natural reserva de los primeros momentos con un desconocido, fuimos charlando un poco en el micro rumbo al cantón El Guabo. Bajamos a unas cuadras de su casa, y caminamos directamente hasta la habitación que nos había preparado especialmente. Sorprendidos, aceptamos toda su espontánea hospitalidad, su énfasis en que utilicemos tooodo lo que necesitáramos, su mensaje de que nos sintiéramos como en casa... y su horrible chiste de la petisha argentina!

Al rato salimos a comer con su novia y una amiga peruana, y a dar unas vueltas por la ciudad de El Guabo. No recuerdo mucho el menú, pero sí que era muy sabroso y que venía con unas bananas fritas que empecé juzgando como extrañas a mí y terminé devorando crac-crac-crac una por una hasta quedarme sin críticas prejuiciosas... O quizás fue al otro día, pero qué buenas estaban!
Al otro día nos levantamos temprano y el Fabri nos preparó junto a la mamá un desayuno increíble, con café, yogurt, “molido” y tortillas de yuca. El molido es un preparado que lleva banana verde desgranada y huevo frito, todo mezclado y salteado en sartén; excelente y contundente! Y las tortillas de yuca (mandioca) vienen rellenas con queso... ¡BOMBA!
Enseguida acompañamos a Fabri hasta la oficina, donde tenía que dar un examen por la pasantía que estaba haciendo. Después de eso, fuimos a un museo de... paleontología creo. Habían fósiles de árboles petrificados hace miles de años y también de animales y plantas, algunos conservando las formas originales con una exactitud increíble. La señora que nos atendió y guió era también muy amable, y se esforzaba ansiosa por hacer una buena guía y despejar nuestras dudas.
Dimos algunas vueltas más y volvimos a la casa, donde nos tenían preparado el plato especial del día, ya anticipado entre risas de Fabri el día anterior: caldo de bola. Es un sopa de verduras con mote (granos de maíz) y las bolas adentro. Eran como albóndigas, pero hechas de masa de yuca, carne y queso, ¡buenísimas!

Al otro día lo acompañamos a la universidad para entregar un trabajo, ya pensando en que en un rato teníamos que irnos. Pero decidimos quedarnos un día más, la onda lo requería. Y entonces anduvimos en la casa otro rato, tratando de que funcione la página para hacer a Fabri miembro de CouchSurfing y durmiendo la siesta para pasar el calor. A la noche, otra vueltita por la ciudad y unas buenas charlas con el loco, con pequeñas pausas en las que él saludaba a todo el mundo, llamando a la gente por su nombre. Y en todo momento, disfrutamos escuchando y aprendiendo las formas de decir del nuevo país, siempre adornando las historias del loco: bacán (bueno), bacansísimo (buenísimo), pilas (fuerza, actitud) nota (onda, cosa, asunto) y el inmortal y emblemático ¿Mande?. Inmortal porque aparece siempre, cada vez que alguien no te entiende y repregunta con esa sola palabra, y emblemático porque nos representa bastante de la forma de ser de los ecuatorianos que conocimos: amables y serviciales.

De lo que vimos del pueblo, que era chiquito y con lindas plazas, recordaremos siempre la primer iglesia que conocimos con luces de neón, titilando con diferentes colores en la noche. ¿Costumbre del lugar, sacrosancto marketín orientado a los jóvenes, brazo protestante originario de Las Vegas o qué? En fin, esos fueron los días con el capo de Fabri, que incluso nos sorprendió la última noche con unas postales de Ecuador y unas dedicatorias muy lindas, más remeras del país, de regalo.
Finalmente llegó la hora de despedirnos de la familia de Fabri, entre ellos unos sobrinitos que estaban todo el día dando vueltas por ahí, a veces alrededor nuestro, tirándonos sssshúuu telas de araña enfundados en un disfraz de Spiderman.
Fuimos los tres hasta el redondel (rotonda) donde probaríamos por primera vez cómo funcionaba el dedo en las rutas ecuatorianas, y nos despedimos de Fabri. Seguro que no será para siempre brother...


Yendo para Cuenca...

Una nueva y contundente muestra tuvimos de la generosidad y don de gente de los ecuatorianos. Nos pararon varias veces vehículos preguntando los conductores a dónde íbamos, y -al no coincidir en destinos- se ocupaban en indicarnos la mejor forma de conseguir que otros nos lleven, recomendarnos otros lugares, etc. Sólo uno desentonó, queriendo cobrarnos casi lo mismo que un bus para llevarnos. Pero otro se copó con un “ah, pensé que iban a Lima... nosotros vamos para allá, los hubiera llevado directo” (en ese caso se trataría de un viaje de al menos diez horas!).

Finalmente la opción fue tomar un bus hasta la ruta que salía directamente a la ciudad de Cuenca, siguiente destino en nuestro camino. Ese fue al fin el destino real, porque el planeado previamente –mal planeado- era la ciudad de Loja. Mal planeado porque no organizamos bien nuestro recorrido en el mapa, así que sin querer dejamos de garpe a dos couchsurfers que nos habían ofrecido alojamiento y, más, nos quedamos sin conocer la ciudad donde comen carne de burro y la gente vive normalmente hasta noventa o cien años... Buuuuuuh!!! ¿Será rica la carne de burro?

La parada anterior a Cuenca fue en una ruta saliendo de un pueblito de esos tranquileeentos, bajo un denso sol y con sachets de medio litro de agua mineral en las manos, a diez centavos de dólar cada uno. En menos de quince minutos, cuando las esperanzas empezaban a flaquear prematuramente, nos levantaron en una chata que iba directo a Cuenca. Nati subió en la cabina, junto a unos niños, y yo atrás, en la caja bajo el sol y con las lanas al viento... ¡Ah no! los pelos no podían estar al viento, porque para aumentar las posibilidades de que nos levanten a dedo, tengo que censurar mi inestable formación capilar con un pañuelo que seguramente ya vieron en las fotos. Dementeatada a favor de la economía del viaje...

Después de una paradita para el almuerzo y unas tres horas de viaje, llegamos a Cuenca. Paramos en la casa del man que nos alzó, cerca de la cancha del Deportivo Cuenca. El amigo nos indicó dónde tomar el bus para acercarnos al centro y hacia allí caminamos. Llamamos a nuestro host James desde un teléfono público –de esos que veía en algunas series y películas yankis, que los veo y no creo que funcionen porque me parecen de utilería- y arreglamos encontrarnos en su casa. Por una huevada y otra tomamos recién el cuarto bus de la línea siete que pasó por la parada, y arrancamos hacia lo de James. Un loquito me charloteó un poco durante el viaje, preguntándome sobre el viaje y recomendándome comida del lugar... puuuuuuuta ¿¿tanta cara tengo, o es que estoy flaco nomás?? Nuestra charla se cortó abruptamente cuando el chofer nos indicó la esquina en que debíamos bajar... y me quedé a medias en la descripción de la comida que me recomendaba!!! Creo que era una onda con cuis...



Capoeira-music-&-couch-surfing con James!

Llegamos al departamento de James Wilson (buenosdíasSeñorWilson! ¿se acuerdan de Daniel el terrible?), nos acomodó enseguida en un cuarto y nos pusimos a charlar un poco en el living. Me acuerdo que la foto que vi de James en su perfil de CS me había dado la idea de que era un loco medio frío... Además era yanki, lo cual me inclinó más a pensar eso. Pero era Capoeira y sería interesante compartir unos días con él, y visitar su gym... Después de tres días de pasarla genial con el man y reirnos mucho, simplemente le recomendé que cambie su foto, porque me parece que no refleja en nada el espíritu de man, ¡que es cheveraaassso!
Charlamos un ratito sobre el viaje, nuestros planes, su vida y lo que nos recomendaba hacer en la ciudad. Al rato, nos ofreció un mapa y nos recomendó apurarnos a salir para aprovechar el sol que brillaba a pleno después de algunos días nublados. Hicimos caso y recorrimos unos lugares lindos: centro histórico, plazas, calles turísticas, iglesias para Nati, un mercado de flores y otro de abasto. En éste de abasto, hicimos de casualidad un hallazgo maravilloso. Se vendían unas empanadas fritas grandotas, como las que se consiguen en Asunción por tres mil guaraníes. La diferencia es que tienen aproximadamente el cinco por ciento de la cantidad de relleno de las empanadas paraguayas, pero la masa es exactamente la misma que la de las tortas fritas argentinas, o chipacueritos en el norte. Guaaaaaau!! Volver a masticar eso y oler el vapor de la grasita caliente me hizo recordar a mi abuela Amalia, a mi infancia, y a mi empleada Margarita (?)

Caminamos bastante y disfrutamos de la vista de unas calles antiguas. Creo que en esa oportunidad vimos algún museo, o quizás fue al día siguiente (la solución a estas imprecisiones será escribir más seguido, no? Chekueraima...) También descansamos un momento en una plaza, donde vimos a unos nenitos jugar a la pelota con la mamá. Esa noche salimos con James a comer, y nos topamos con una festividad local, creo que en la plaza central. Era una especie de carnaval al estilo del noroeste argentino, con disfraces y personajes característicos que danzaban una melodía rápida y cuadrada entre bromas y provocaciones al público. Todo esto ocurría en la calle y la vereda de la plaza, en un escenario espontáneo deimitado por dos bandas de músicos que se turnaban para hacer bailar sin coreografía a la horda de ágiles personajes. El final del ritual, que no vimos, consistía en la quema de una estructura que representaba un edificio –(CReO) repite creo- y tendrá alguna significación que quizás me dijo James pero no recuerdo.
Después de intentar unas fotos sin flash, nos fuimos para un barcito tradicional del lugar, una especie de El Bolsi asunceno. Ahí me comí una bella, bella, bella tortilla de papas y jamón ahumado, compartimos un piqueo (picada, que creo que era de granos de maíz inflados) y probamos las dos cervezas más populares de Ecuador: la Pilsener (onda chopp, suavecita) y la Club (del tipo Heineken o Baviera paraguaya, bien aromática, pero bastante más suave). Creo que no lo mencioné antes, pero la cerveza que más me gustó en el viaje, hasta ahora, es la Cristal peruana, prima hermana de la Quilmas argentina (¡salud amigo sistémico que “vive” en Buenos Aires!)

Seguramente a la mañana siguiente, en el depto de James me puse a leer un librito que me llamó la atención por el título, At first they killed my father (Primero mataron a mi padre). No avancé mucho en la lectura porque mi inglés leído retarda bastante mi ritmo normal, normalmente lento. Pero espero encontrarlo de nuevo, pues es de uno de los tipos que más me gustan: historias reales con algo de drama y realidades lejanas. Es sobre una época de agite político en un país de Africa... ¿o Asia? Chucha, no me acuerdo...
Otra cosa que hicimos con James es disfrutar de escucharlo tocar la guitarra -¡excelente brother!- e improvisar sesiones de música de Capoeira, las que vieron o verán más abajo. Ahora recuerdo que eso fue un lunes, día de la clase a la que fui y anteúltimo día de surf de su couch. Nos divirtió bastante el loco, sobre todo con su risa franca ante la mínima huevada que yo le decía, ja! En esos momentos y otros en los que contaba algunas vivencias ecuatorianas fue que me di cuenta de que su forma de ser no se parecía tanto a la primera imagen que vimos de él.

La segunda noche que estuvimos con James -si no me equivoco un sábado- nos llevó a un barcito marginal y relajado, en esos a donde la gente va más o menos desarreglada, a tono con el ambiente y queriendo mostrar no se qué, o quizás no queriendo mostrar nada, pero una nada bien notoria en cualquier caso... En el barcito probamos el canelazo, otra de las notas altas del trip ya que se trata de un trago caliente, cosa que nunca habíamos probado. Lleva un aguardiente, canela y narajilla. No sé que es la naranjilla, pero está bueno el trago. Te lo traen en una jarra de cerámica, para que no pierda calor, y con vasitos chiquitos de shot. Es algo fuerte, tiene bastante gusto a alcohol, pero es dulce. Y ahí, que se yo con el trago... charlado y escuchado rock argento (creo que era justo Paez y Calamaro, como especialmente para nosotros y Rikita Servín, a quien le encanta la música argentina), hasta que de una mesa un personaje nos invita a jugar al póker. Ok, al rato nos enganchamos y nos presentó a un par de viajeros que jugaban con él, que no sé de qué parte de las uropas eran. Uno tenía la cara que parece que se la hubieran pateado de nacimiento de tresdedos pa´ un costado, a la altura del mentón. Le quedó un practiquísimo cascanueces para alegrar la mesa de Navidad mientras todos esperan aburridos que se hagan las doce...

Y bueh, nos “enseñaron” a jugar póker con sus propias reglas, que iban actualizando a cada ratito para no perder... con qué necesidad no sé, si total jugábamos de onda nomás. Y cada uno hacía sus apuestas con sus fósforo-dólares y... bueno, casi siempre ganaban ellos. Yo no estaba tan enganchado con el juego, así que en una aposté los últimos fósfólares que me quedaban, y perdí. “Bueno, poné un dólar sobre la mesa” he´i el personaje... La casa siempre gana, dijo una vez Luquetti... Ao fim, no jugábamos de onda nomás. Me enteré de la última nuevarregla que me tocó acatar, pagué mi dolar-dólar deadeveras, y después me dediqué exclusivamente a la nueva jarra de canelazo. Y a repartir también, a ver si los manes nos cagaban un poquito menos, al menos a Nati y James que seguían jugando. Al final, terminó el juego, los chicos recuperaron cincuenta centavos y los otros nos invitaron a seguir la marcha en otro bar. Gracias, pero no! No sea que tuviéramos que pagarles la entrada por alguna mano mágica que hubieran ganado hdps!!!

Bien, después de eso volvimos a casa con fresco. Pagamos taxi por las dudas y no recuerdo si hicimos algo antes de dormir. Al otro día fuimos tipo once al súper, ya que nos tocaba preparar la cocina en casa. Nati se preparó un chop suey y yo... preparé la mesa, ja! Ah y corté el pan también. Y como si todos hubiéramos debido hacer la buena acción del día, James recomendó que vayamos a unas aguas termales en Baños, cerquita de Cuenca. Ahí fuimos antes de que se haga tarde y baje el sol... pero no alcanzó. Las aguas termales serían de un termo de tereré, porque fríiiiiio pasamos jajajaaaa! Un pedo caliente no eran, y encima estaba nublado y con viento! El que más frío pasó creo que fue James, el más alejado de los tres del único canal de agua caliente que entraba a la pileta, frente al cual nos apiñamos cuales terneros guachos.

Nos quedamos un rato más en la pile y salimos a tomar mate y movernos un poco pa´recalentar los huesos. Salimos del lugar y volvimos a comer las empanadas-chipacueritos antes de tomar el taxi de vuelta. Esa noche creo que nos quedamos en casa, hueveando con los instrumentos, tratando de improvisar algo de blues y después riéndonos con videons del iutú. Dormimos y al día siguiente recorrimos algunos museos, en uno de los cuales se “mostraba” la historia de Cuenca. Onda que tenías que ver un mueble de época y poner toda tu capacidad interpretativa para hacerte la película correspondiente, porque nada se contaba de la historia efectivamente... Había algunos bustos, muebles, creo que máquinas de escribir, documentos y otras historias, pero nos desorientó la falta de info, así que dimos una vueltita y volamos para otro museo.
Ahí la señora de la recepción nos encontró dentro de una sala, nos recibió atentamente y nos preguntó si queríamos hacer la visita guiada. Le preguntamos si tenía costo y nos dijo que era un dólar por persona, sin descuento para estudiantes. Le dije que gracias, y que preferíamos hacer la visita solos, sin guía. Y entonces me dijo que se podía hacer la visita sólo con guía. Y entonces le dije que gracias... ¡Y a almorzar por la plata de la guía! Caldo de entrada para dos, y creo que después chaulafán, tipo arroz chaufa, con una coca de extraño litro y cuarto en una botella finita y alargada.
Después –o tal vez antes- fuimos a un museo que exhibía objetos de diferentes culturas que se desarrollaron en el territorio Ecuador, las más antiguas de diez mil años A.C. Dicen que son de las primeras civilizaciones del mundo. Y de ahí, hasta la época de esplendor de los Inkas, había de todo: tallados en piedra, cerámica, instrumentos musicales, herramientas, ornamentos, unos sellos cilíndricos súper interesantes, objetos rituales y pilines tallados en piedra a bulto. Una de las primeras cosas que vimos ahí y más me llamó la atención era un instrumento musical del año de la chagar-saurius, creo que lo denominaron litófono. Era simplemente una línea de piedras colgando de sogas que, golpeadas por otra piedra de mano, sonaban en diferentes tonos con una limpieza y brillo sorprendentes. Lo que me divagó profundamente fue la idea de un ser cavernario de hace diez mil años tocando ese instrumento... No me imagino realmente cómo y por qué el tipo compondría y ejecutaría sus canciones, si lo haría realmente por arte o quizás por magia, si las escucharía en discman o tal vez en walkman a casette... ¿Habrán inventado la herramienta para rebobinar la cinta más rápido, a falta de un bolígrafo?

Algún rato después habremos vuelto al depto y más tarde fuimos a la clase de capoeira al gimnasio de la universidad. Muy cool el lugar, muy pro con sus mesas de ping pong, pool, metegoles, pesas y aparatos, y hasta playstation con puffs para los alumnos. Y estamos hablando de una universidad pública de una ciudad de tercer orden de Ecuador, eh... Grosso! Tuvimos clase y roda al final, y sentí bastante la diferencia de jogar sobre el nivel del mar y en la altura (unos 2300 msnm en Cuenca). Hicimos un poco de Capoeira Regional y después Angola (que dijo mi suegro que es tan lenta que hasta él puede hacerla, ja; ya logré que se arme un blog, viá ver si lo puedo poner a jogar).
De vuelta al centro de Cuenca, hubo tiempo para una cena livianita de despedida en un bar vegetariano. Nati comió pizza creo, James no me acuerdo y yo me pedí una ensalada de frutas porque estaba medio al horno con las tripas. Ah, y también pedimos pan de yuca, porque dijo Nati que eran iguales a las chipas, pero ni a palos. Al día siguiente nos despedimos del loco James con un abrazo y lo dejamos trabajando en casa...

Bueno, como siempre la idea era poder escribir más de lo que ustedes pudieron leer... Pero será dentro de poco, creo de nuevo.

Escribieron locaeia y locoió, entre la casa de Erika en Guayaquil y un cyber del centro de Playas, en Ecuador.

Nos vamos para la cheta Montañita! Adioooos!

miércoles, 15 de julio de 2009

Por fin Capoeira en el viaje!!

Hola locostodos! Acandamos escribiendo poco, como es ya la nueva costumbre. Pero continuando con nuestra faceta audiovisual, más acorde a los días poco lectores que corren, volvemos a compartir unos videitos con ustedes.

Los hicimos en la casa de James Wilson, un gringo 100% ecuatorianizado (como nosotros en Paraguay antes, ja!) que practica capoeira y nos ha recibido excelentemente en su depto. Ya llegará la oportunidad de contar todo lo que compartimos con él, que fue mucho de lo que nos gusta: risa, música, capoeira, cocina, divague, cerveza, filosofía (bis divague) y mucho más... James es un man muy copado!

Bueno aquí los videos ! En este primero, tocando batería de capoeira, en el estilo Angola, junto a Nati.



Y en este otro, un poco más pedorro por la calidad técnica del capoeirista que les caradurea, haciendo un poco de Angola con James en el gym de la universidad.



Bueno, besos, abrazos, saludos y felices días del amigo, el 20 en Argentina y... creo que el 30 en Paraguay!

Chau!