domingo, 14 de junio de 2009

Ruta de Puno a Arequipa. ¿Cholitraficantes?

(esta historia fuera de la línea de tiempo la pongo ahora para armar menos caos del que hubiera hecho si no me cerraban el cyber y hubiera podido escribir lo que quería contar ahora... pero demasiado preámbulo como decía Arzamendia. Disfruten!)


Tomamos el bus en Puno a las diez de la noche de un jueves. En realidad el pasaje decía 9.30, con lo cual tuvimos un rato extra de espera aparte del rato extra que siempre se espera hasta que los micros se llenen antes de salir.
Habíamos pasado esa tarde con bastante sueño y comimos tres montañas de “chifa” (comida china) junto a Lizandro, de Couch. Con esto, estábamos listos para morir durmiendo en el viaje.
Hojeamos unos libritos que habíamos comprado en el centro, “Vivir para contarlo” y “Paco Yunke y otros cuentos de Perú”, y al rato estábamos mirando pa’dentro.

El viaje no prometía mucho: cero paisajes porque viajaríamos de noche y además con un horario medio de merdi. Llegaríamos a Arequipa a las cuatro de la mañana, o sea que teníamos un buen rato al huevo en la terminal, sin otras opciones que seguir escribiendo... y volver a comer. Es más, lo único que haría particular el viaje hasta cierto momento, era que yo había soñado que el Licenciado Eduardo Roldán me decía que había visto mi portfolio (es decir, mi carpeta de trabajos) y que le parecía que algunos trabajos eran buenos pero que otros tenía que sacar, porque eran muy pelotudos. Y me quedé un rato despierto, ¡pensando cuáles serían! ¡Ja!

Con toda esta chorrera de divague suelto quiero decir que en el viaje no debería haber pasado nada. Peeeeeeeero...

Tipo 3.30 de la madrugada -ni una luz dentro del micro ni en la ruta- un grupete de unas siete cholitas (también las hay en Perú) comienza con un revuelo infernal en el coche. Gritos en aymará probablemente, corridas de acá para allá por el ínfimo pasillo (ocasión ante la cual reparé en que todas las cholas son gordas y caderonas), y una sola frase en español que repetían todo el tiempo: “¡luz no prende!”.

Bueno, a todo esto nosotros, dormidos, obviamente que no cazábamos ni media onda de lo que acontecía. Despertando, veo relámpagos por la ventana. Hacía menos de doce horas, el guía de la excursión al cementerio Coya-Inka nos había indicado que estábamos en temporada seca y que ni a palos llueve. O sea que me imaginé lo de los relámpagos. O no, o más o menos...
Dos camionetas de la policía venían siguiendo al micro, e iluminándolo con flashes blancos; pero igualmente de eso nos daríamos cuenta más tarde, cuando pararan el bus. (Y todavía me pregunto cómo harían para identificar que un bus que había salido hace más de cinco horas de una estación puede andar en algún maneje extraño...).

Cuestión que las cholas seguían con el quilombo dentro del bus, incluyendo corridas simultáneas hacia adelante y atrás, con lo que se cruzaban, a veces al lado nuestro, y les costaba un buen trámite poder pasar efectivamente (vuelvo al punto de las cinturas y culos generosos) Luz no prende! Luz no prende!
A este punto nosotros ya tejíamos nuestras hipótesis. “O una se está cagando, o va a parir...” le dije a Nati, porque el tono de la urgencia choleril me sonaba a urgencia sanitaria. Luznoprende, corridas, órdenes serias al mejor estilo mafia-barrabrava durante varios minutos... hasta que el coche para al lado de la ruta.
Bajan los canas, abren las bodegas (los baúles portaequipajes) y la cara de una chola al lado nuestro lo aclaró todo: algo llevaban.

Se imaginarán que mi curiosidad estaba al palo. Así que abrí mi ventana –no importó el frío de las 3.30 am- y tuve el primerísimo primer plano de la apertura de bodegas y control de los paquetes. Algunos, unas bolsas plásticas y coloridas, grandes y llenas de cosas al máximo de su capacidad, les pertenecían a las cholas. Pues esos eran los bultos más examinados.
Yo estaba del lado de la ventana, Nati del lado del pasillo, y al lado de ella la sexagenaria chola jefa, la que más órdenes repartía a todas (todas las implicadas en la movida eran mujeres, unas viejas y otras no tanto). Bueno, esta mezcla de Moyano, D’ Elia y abueltitadeCaperucitaRoja, me empezó a preguntar qué hacían los canas bajo mi ventana.

La verdad... no es que me diera muchas ganas de ayudarla. Primero por el mega-quilombo con que nos despertaron en mitad de la noche y segundo porque para cualquier cosa que quieras te piden plata. Así que por una fracción de segundo pensé en responderle “un pesito amiga...” Al final, medio sin ganas le dije que estaban revisando unos bolsos. ¿¿Qué bolsos?? Una caja, le dije para no esforzarme de más... Bola, estaba este bolso colorido y gigante que les digo, capaz de llevar cocaína para todo el carnaval de Río, en manos de los canas.

Final algo desinflado, no bajaron a las cholas, no encontraron drogas, no encanaron a nadie y el bus siguió como si nada. Eso sí, ahora continuamos con una nueva marea de cholitas en el pasillo, sacando de mil rincones unos paquetitos chiquititos y blancos. Mucho no podíamos ver porque el micro estaba a oscuras (probablemente el tongo implicaba también al chofer, que luznoprendejamás!).
El tema es que de debajo de los asientos, de los maleteros de arriba, de bolsas y bolsitos y creo que en un momento también de debajo de sus propias trenzas y dientes postizos, las cholis sacaban y reubicaban los paquetitos.
Efectivamente, y acá se devela el misterio, las cholas contrabandeaban ropa y calzados para niños y bebés... chuuuuulinaaaaaaaaaaaaa!!! (gag con cobertura sólo para Paraguay y áreas de influencia, sorry Argentinos y otros latinos).

Y bueh, seguimos ya sin dormir hasta la terminal de Arequipa, una media hora más. Quedó tiempo solamente para que, inexplicablemente, el chofer pusiera una especie de cachaca local ao vivo al mango, con toda especie de dedicatorias y saludos a los auspiciantes más bizarros del mundo (recuerden, a las cuatro de la mañana!!). Lo divertido es que en un momento el locutor bailantero gritaba “todos con las manos arriba, a ver las manos arriba”. Yo me divagaba a los canas, las cholas, la cachaca y la merca al costado de la ruta... todos con las manos arriba, lalála, lalála!!

Termina el capítulo casi bajando del micro, juntando nuestras porquerías de los asientos. En una de esas, una chola agarra los dos libros nuestros y lee los títulos, amigablemente digamos aunque con una cuota de confianza extraña, al menos a mi parecer. “Paco... yunke... ¿No tienes nada de Clorinda?” No, le respondí (¿¿lo quéee??, pensé).

Y como fue tan trucho y extraño ese último intercambio, me quedó una duda: ¿no habrá aprovechado el descuido la chola, para hacernos un gualicho por no haber querido ayudarlas con más onda? Si pasa algo raro les avisamos...

Por ahora sanitos, escribieron desde Arequipa Nati y Rulo para locaeialocoió (y postearon desde Cusco, por los líos que des-expliqué en la innecesaria introducción...)

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